martes, 20 de noviembre de 2007

Título horrible para un homenaje. LA TELE-BASURA.

Leo sin sorpresa la siguiente noticia: ”El presunto asesino de la mujer apuñalada en Alicante quiso volver con ella en el Diario de Patricia. Ella le rechazó en el mismo programa, el pasado miércoles. Cinco días después, ella fue apuñalada y él fue detenido”.

Siendo benévolo he supuesto que los medios no habrán engordado la noticia en demasía como suele ser costumbre puesto que casos como éste resultan ya de por sí de lo más escabroso, así he sabido que el presunto homicida había sido denunciado cuatro veces por su víctima con anterioridad, siempre por malos tratos (no por sisar de las vueltas de la compra), así como otras tantas veces por el mismo motivo por una pareja anterior.

No he llegado a tener claro, dado lo confuso y contradictorio de algunas informaciones, si ésta disponía de una orden de alejamiento. En el supuesto de que así fuese, el desarrollo posterior de los acontecimientos lindaría por igual lo esperpéntico y lo criminal.

Al parecer la víctima había roto toda relación con su homicida un mes antes de los hechos. Imagino el calvario de la joven madre Svetlana durante ese mes.

Bien es cierto que habrá personas que se hayan sentido ayudadas y reconfortadas tras su paso por este programa (cuyo nombre evitaré citar) o por cualquier otro idéntico de da igual qué cadena; tal es el caso de reencuentros familiares que al parecer propician.

En aras de la buena voluntad supondremos que los protagonistas de ese tipo de historias de llantos y reconciliaciones asumen formar parte del espectáculo como un mal menor, dado el resultado final. Loable. Incluso puedo comprender que éstos no se hayan sentido utilizados, nunca. No son ellos, en cualquier caso, los que debieran de saber donde se encuentra la raya que separa lo decente de lo inmoral, el espectáculo de lo humano o lo legal de lo criminal. Los responsables son en definitiva empresarios adinerados y, en su justa medida, cualquier profesional que se preste a formar parte de semejantes dislates. Para los primeros no hay atenuante posible, para los segundos digamos que sí, si su alternativa es el paro.

Eximentes, ninguna. Basta ya de que el fin justifique los medios. Y el fin es forrarse.

Y ahí estaba Svetlana negándose públicamente a aceptar el anillo que su maltratador quería imponerle con la complicidad ingenua del público y la ayuda de Antena 3 y Patricia Gaztañaga. Se escudarán en la libertad de prensa y en la individual de cada invitado, pese a la encerrona, como siempre. Denuncio que las consecuencias no eran imprevisibles y que ayer fue Svetlana pero que bien serán y habrán sido otras muchas.

De niños intuímos rápido que los padres, por norma, son más generosos con la paga delante de los amigos que en la soledad de la cocina. Así pronto aprendemos a coaccionar aunque sea a la misma madre que parió a uno. Eso de niños. Según crecemos vamos comprendiendo sin mucho esfuerzo el cabreo de nuestros progenitores que no tratan sino de enseñarnos un poquito de ética y de respeto.

Respeto y ética que algunas cadenas se pasan por el arco del beneficio: no cabe la menor duda de que en su inmoralidad, esos viles adinerados, carecen de conciencia.

Así es que suplico en recuerdo de Svetlana, que la próxima vez que consigamos ganar la casera batalla por apoderarnos del mando de la tele, en vez de sentirnos en la gloria y antes de apretar cualquier botón, examinemos también nuestra propia conciencia.

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