Me han preguntado hoy, con bastante interés por cierto, si era de Rajoy o de Zapatero. (Creo que es la primera vez que escribo ambos nombres, juntos. Pero es que la ocasión lo merece. Sigo). Partiendo de que no soy de nadie, si acaso de mi pequeña, no me molestó la forma de la pregunta porque la hacían niñas de ocho años. Lo voy a escribir con número que asusta más: 8 añitos.
Decían ellas que eran de Zapatero porque es el de los pobres y que el otro, el de las barbas, además de más feo, era de los ricos ¡Toma esa! Y yo ojiplático, joder. ¡Perplejo! Me contuve con un “yo de ninguno de los dos”. Y las pobres no entendían nada. ¡Qué mierda de…! Me contengo. To be continued…
Ayer, como otras muchas veces desde hace bien poco (vendo coche, ¿alguien lo quiere?) utilicé el metro. El que me llevó a la pregunta de arriba, por cierto. Allí o leo, algún libro, o escucho mi música; ni tertulias ni canciones puestas por otros. Pero lo que más me gusta es mirar, sin que me vean a poder ser (para no molestar, creo) a los demás; ... y me entran unas ganas de empezar a hablar con alguien..., siempre. Nunca entendí porqué somos todos tan anónimos. Siempre he pensado que podríamos decirnos miles, millones de cosas, compartirnos. Nunca supe porqué no sujetamos nunca una mirada ajena.
En ello pensaba. Siempre me fijo. Intento que nunca se me note. Siempre y nunca… así es el metro. Doy al “return” y continúo.
Pues hoy (digo ayer, pero quiero narrar a partir de aquí en presente para que estas palabras tengas sentido, siempre), además, y como otras tantas veces, he sido testigo de un gesto de esos preciosos que muchas veces pasan desapercibidos, como un pasé usted primero o siéntese amama (abuela) que le cedo mi lugar. ¡Es tan bonito!
Sería el rock, del suave. O que siempre me creo el bueno de la película: he pensado que a aquella del bello gesto, si fuera multimillonario (¡qué pasa, de esos los hay a patadas! ¿Por qué no yo uno más?), directamente le habría entregado cien euros. Vale, al final eran seiscientos, total el dinero me sobra, se supone. Porque sé que algo tan insignificante para mí hubiera sido alegrarle a ella el peor, casi, de sus días, de los de diario.
Al poco acabé repartiendo dinero a todo el mundo. Como imagináis. Imaginado.
Después, intentando volver a la tierra pero con ganas de seguir soñando, me pregunté: ¿y si fuera verdad? Me refería a lo del ser multimillonario. La única posibilidad: un euromillón de esos a los que no juego.
¿Lo haría? Me digo que seguro, que sin dudarlo.
Lo sostengo.
¿No os lo creéis? Lástima que no pueda demostrarlo.
(Salió hasta con rima de bueno que soy).
Siempre he pensado que si tuviera dinero lo bien-gastaría haciendo felices a los demás, empezando por los anónimos que me acompañan en el metro, por ejemplo. Nunca he entendido que quien gana mil al año no pueda conformarse con quinientos (me refiero a millones de los de antes, o de los de ahora ¡qué leches!): se acabaron, por ejemplo, los mileuristas (La palabra mileuristas no está en el Diccionario, pero en breve).
¿Vosotros qué haríais, siempre? ¿Ellos porqué no lo hacen, nunca?
Como leí por ahí, y me aplico el cuento, palabras, son solo palabras…