martes, 27 de mayo de 2008

sin ser asunto de mi incumbencia

Sé que no es asunto de mi incumbencia pero no resisto la tentación de opinar. Añadiré la coletilla de que puedo hacerlo gracias a la constitucional libertad de expresión que tanto gusta a aquellos que sacralizan la ley por encima de las personas. Y es que ya se sabe que soy un firme defensor del individuo como primer eslabón político-social, muy por encima de los estados, cuyos máximos dirigentes prefieren por normal utilizar el segundón “ciudadanos” que a mi entender anula lo esencial: la libertad individual de cada ser humano. Así el tratamiento que se da a La Ley empieza a parecerse al concepto del pecado que destrozaba la libertad de la persona en períodos pasados que genéricamente denominaré inquisitoriales.

Pero ese sí es asunto de mí incumbencia (porque me afecta como persona humana que soy) y mi propósito, anuncié, es opinar sobre la crisis interna del PP, que no lo es; aunque tampoco habrá quedado mal la reflexión anterior a modo de relleno.

Y no es una burla; es que a mi humilde parecer estamos simple y llanamente asistiendo a una lucha de poder interna, más allá de candidatos al secretariado y presidenciables porque en política todo es factible, entre aquellos que sin duda alguna representan la antigua derecha española y un sector que poco a poco ha ido escalando en la dirección del PP: ahí está el, de momento, apoyo incondicional de los barones a un Rajoy que sin duda tiene intención de adaptar la ideología conservadora a las nuevas demandas sociales que desde la extrema derecha se niegan hasta el punto de ignorar su existencia: los nacionalismos “periféricos”, por ejemplo. O el concepto laico del Estado.

El Partido Popular debe variar el rumbo hacia una modernización de sus planteamientos históricos y evolucionar con la sociedad que si de alguna manera guía su sentir mayoritario es voto a voto. Desde la primera vez en 1977 ya hemos perdido la cuenta de las veces que los “ciudadanos” hemos sido llamados a las urnas por diferentes motivos; así hemos ido entregando el poder político a unos u otros que, escándalos personalísimos a parte, han ido legislando de la forma en que los votos les han ido permitiendo. Si la denominada derecha española cree de verdad en la democracia no puede hacer otra reflexión porque no vale que cuando uno gobierne se arrogue representar a la mayoría de los españoles y cuando lo hace el contrario este legisle en contra del sentir mayoritario. Y después de más de 30 años de votar y votar no se puede ignorar hacia donde han ido derivando los cambios de la sociedad española. La actual sociedad no sería la misma si durante este periodo los gobiernos hubieran sido mayoritariamente conservadores sencillamente porque así lo habría elegido la propia ciudadanía, insisto, voto a voto.

Así pues, más allá de si Rajoy es el candidato ideal, que a mi entender no lo es, estamos asistiendo a una lucha entre quienes insisten en mantenerse en sus inquebrantables e inflexibles planteamientos y en ellos a todo el partido, y quienes de verdad tienen interés en definitivamente variar el rumbo. Aunque lo cierto es que mi concepto ideal de la democracia actual, su sistema representativo y del papel de los políticos diste mucho del que reina, me atrevo a afirmar que una mayoría de los dirigentes que apuestan por estas nuevas vías lo hacen porque creen que es bueno para el partido y porque saben que es también bueno para España: creen en la democracia.

Rajoy ha prometido presentar “su” equipo, ese que ha ido formando durante estos últimos cuatro años mientras aceptaba a su pesar seguir los dictados de la vieja guardia convencido de que le conducirían a una nueva derrota no sólo a él, sino a los planteamientos ideológicos del sector más a la extrema derecha del partido. Bien es sabido que en las prisiones, la forma más segura de escapar es ganándose la confianza del carcelero. Para que no se me malinterprete matizó: no muy distintos caminos deben utilizar los ideales políticos para escapar del aprisionamiento que debe sentirse bajo el peso de otorga la historia, por propia definición, a las viejas ideologías.

Alzados al pedestal de los héroes por España más por los medios que por la sociedad (y no es ahora momento de hablar de éstos) cuando en realidad después de treinta años y una sola gran victoria no se debería de presumir tanto y menos después de algunas hirientes derrotas, Aznar, Mayor Oreja, San Gil, Aguirre, Vidals Cuadras y su séquito tertuliano, intentan a la desesperada y a golpe de efecto mediático suspender al alumno aventajado. Maquiavélicamente poco importa ofrecer espectáculos lamentables como la ínfima concentración ante su propia sede, muestra palpable de que el Partido ahora no es lo primero.

Y aunque no sea asunto de mi incumbencia, debe ser que éstos últimos cuentan sus apoyos como Telemadrid los números de asistentes a las manifestaciones que convocaron sin descanso la pasada legislatura. Y es posible porque de momento no tienen candidato, algo extraño cuanto se acerca la hora de su congreso, ese que ha de celebrarse con los estatutos formales de que ellos mismos dotaron al Partido.

Hasta hoy he tenido poca simpatía por los principios que ha ido defendiendo y practicando el Partido Popular pero también honradamente, les deseo lo mejor.

viernes, 23 de mayo de 2008

un primer párrafo importante

Querría decirle a un millonario; rebuscar hasta encontrar en él un gramo de conciencia para que descubriera la verdad: por cada uno de sus millones (de euros) hay un millón de pobres. Es la máxima del mercado global. Iba a preguntar, después, cuantos millones más pensaba acumular hasta su muerte. O cuantos cadáveres. Y habrá quien me tilde de exagerado, demagogo y rojo; el mundo está de ciegos egoístas lleno. Y de Estados ciegos.

Pero no.

He aquí que, en los pocos minutos de relax que me ofrece últimamente la vida, me vuelvo a visitar algunos blogs de aquellos que dejé después de la campaña para no recrearme con la sangre derramada y veo que ésta, aún hoy más, corre a raudales. Son las 11:56 horas y parece que hoy, la batalla, es en Génova. No sé qué pasará, y me da igual.

No se me ocurre sino retocar el refranero y esperar estar de vuelta, con todos vosotros, pronto: “quien sembró el viento de odio… hoy recoge sus propias tempestades”.

sábado, 10 de mayo de 2008

lo que vemos

Si tenía alguna duda de que los años comenzaban a pesarme la he despejado al poco de conectarme a la televisión digital, convencido por unas minis envidiosas de un sinfín de amiguitas que debaten sobre los contenidos de playhouse disney todas las mañanas. Y ello porque en pocos días he dejado a un lado ciertas lecturas aconsejables que han sido sustituidas por la programación de canales como Historia, Odissey, Natura, Viajar, National Geographic o Discovery Channel. Y punto, normalmente. Y es que contemplativo y en ocasiones hasta expectante ante el televisor, comienzo a parecerme a un aitite –abuelo, sentado sin saber qué hacer frente a la caja tonta, ensimismado ante la cantidad de información que se puede recibir y digerir sin esfuerzo.

No sé hasta qué punto debiera de avergonzarme al reconocer esta nueva adicción, tal vez no sea cuestión de sonrojo pero permítanme que me lo plantee pues a fuerza de ser justo, hasta hace nada odiaba la mayoría de la programación y poco encontraba que mereciese la pena en los canales abiertos y con mis horarios. He de reconocer que por entonces la palabra tele-espectador no tenía una connotación positiva en mi escala. ¡Cómo no evitar entonces cierto sonrojo al reconocer mi nuevo pecado¡

Pues de la misma forma que tampoco puedo contenerme cada vez que intuyo una información sesgada, y es que en televisión utilizando el lenguaje y las imágenes adecuadas se puede manipular con efectividad el mensaje.

La obviedad de una programación dirigida y en ocasiones de dudosas ética y moralidad ha hecho que me haya planteado la utilidad de cierto nivel de censura. No asustarse, de ahí no he pasado. Obviamente la victoria no pasa por censurar contenidos sino por la educación. Esa es la batalla que habría que ganar para que lo dudoso se quedara en cuotas de share ridículas. Sucede al revés y no es de extrañar.

Reitero, ruego me disculpen: no es de extrañar; porque si un canal como Discovery Channel tiene en parrilla un programa como Armas del futuro que presenta aderezado con un buen guión: “el hombre aprieta el gatillo, la tecnología hace el resto” y evita hablar del sufrimiento y las desgracias, del auténtico dolor humano y planetario que supone la simple utilización de una sola de esas armas mortales, Discovery Channel no pretende otra cosa sino que continuar envolviéndonos en la cultura de la guerra, evitando hablar de la muerte algo por supuesto reprobable. Uno sólo dispara, después la tecnología hace el resto. ¿Cuál es ese resto? De nada disculpa que el canal sea norteamericano. Quiero decir con ello que si para este servidor Estados Unidos no es un país a envidiar es por asuntos como el que nos ocupa, entre otros, pero que en este caso la culpa es nuestra, de los telespectadores.

Con el ejemplo tal vez se hayan entendido mis primeras dudas que pronto disipé consciente de que aunque pueda parecer muy recomendable censurar programas de exaltación de las formas más rápidas, eficientes y efectivas de asesinar seres humanos, la única solución digna y libre es que la sociedad repudie, educadamente, dichos contenidos.

Conocedor de los problemas que tienen los ejércitos europeos a la hora de reclutar hombres y mujeres para convertirlos en soldados profesionales, en el caso de que nos ocupa, y pese a la notable influencia económica de lobbies armamentísticos, tal vez aquí en la cuna de occidente estemos más cerca de una programación que busque la paz y el entendimiento en vez del conflicto y negocio permanentes.

Pero éste ha sido un simple ejemplo. Podríamos opinar sobre lo aconsejable de vender un gran coche deportivo a precio asequible denominándolo pepino pro-diversión, pro-adrenalina y pro-excitación mientras el Estado gasta dineros públicos intentando evitar que miles de jóvenes al volante arriesguen y destrocen vidas propias y ajenas; tal vez entonces nos ronde nuevamente la sombra de la aconsejable censura.

viernes, 2 de mayo de 2008

lo que del ultraje extraigo

Los guionistas de muchas películas hollywood-enses que han de retratar el futuro acostumbran a imaginar regímenes con sistemas de gobierno todopoderosos cuyas normas o leyes someten al individuo, mientras unos pocos subsisten libres bajo tierra. Públicas y conocidas son multitud de producciones que, con sus distintos matices, repiten argumentos.

Seguro como estoy de que mientras su sabia mente traduce estos símbolos latinos dándoles significado ha sido capaz de recopilar algunos títulos, no me entretengo y avanzo; aclaro que lo que a continuación expongo no es obra de ningún guionista. ¿O sí?

Una persona mayor de edad, varón y de raza blanca, ha ingresado en prisión para cumplir una pena de dos años y siete meses de cárcel. Dicen las crónicas que en una ciudad española unos jóvenes forcejearon con la policía local hasta que uno de ellos, el luego penado, logró alcanzar la insignia nacional y romperla.

Se abrieron diligencias. El ayuntamiento reclamaba al joven el pago de los setenta euros que costaba el pedazo de tela bicolor. El Tribunal le ha considerado culpable de un delito de ultraje a la bandera. Pagará su delito con la cárcel, amén de la bandera.

Paralelamente un hombre armado con unas tijeras que descosió los tirantes del vestido de una dama, provocando que éste cayera hasta sus pies y que la víctima asomara sus vergüenzas en un acto público, es sancionado como autor de una falta después de que la mujer abandonará el lugar entre risas ajenas, a la carrera.

A sentencias condenatorias, suponemos el dolo (ánimo) probado. El primero con su acción ofendió a millones aunque nadie sintiera el agudo dolor del ultraje, el segundo exclusivamente a una infortunada dama que no supo aguantar una broma pesada. Uno paga con cárcel, el otro casi ni paga.

¡Pobre mujer, doblemente víctima! Y no es un chiste.

Pese a que a uno personalmente se la soplen (y permítanme la expresión pero no encuentro palabras más gráficas), entiendo que los símbolos nacionales deban tener una consideración jurídica distinta, como seña de identidad y libertad de cuantos ciudadanos deseen sentir el calor de la ficticia unidad que bajo legal coacción se impone.

Y aunque el amor no pueda tipificarse (toco madera en su nombre), el respeto a la bandera sí, en su justa medida. No puede ser lógico que por mucho etéreo significado que arraigue en un símbolo, éste tenga más valor que la dignidad de un ser humano. Exactamente igual sucede cuando el honor puntualmente mancillado de una folclórica se paga a cincuenta y una vida, perdón una muerte, a dieciséis.

Cuando un emblema significa más que la dignidad de una persona de las que representa, cuando un estado encabezado por aquellos que se sitúan de facto encima de las normas, supedita al individuo hasta convertirlo en enano al lado de una bandera sin mástil, cuando el honor vale más que la vida: algo falla de base en una sociedad que se dice democrática y justa.

Palabras que acabarán antónimas, Estado e individuo. Hasta entonces, aquellos que renegamos de un amor que no nos calienta, tal vez podamos seguir sobreviviendo en superficie.