martes, 30 de octubre de 2007

Menos mal que ya no hay mucha gente así, ¿o sí?

Leo en un artículo de Luis del Pino (¿quién me mandará a mí?) sobre la futura sentencia del 11-M su visión sobre la forma en que la misma debiera juzgarse: “…lo que verdaderamente importa de la sentencia de mañana es la valoración que los jueces hagan de las distintas pruebas practicadas” y no los años de sentencia que pueden generar más o menos espectacularidad, continua, como si una cosa no tuviera nada que ver con la otra. Así durante los primeros párrafos pretende dar una lección, lo más parecido a objetiva posible (hay que sembrar), sobre la Justicia con mayúsculas y lo importante y complicado que resulta su administración. Me parecía algo tan obvio que incluso resultaba sorprendente tanta objetividad siendo Luis del Pino el firmante de tales disertaciones. ¿Y si me he equivocado de Luis, o con Luis?, pensé.

Pero… seguí leyendo y encontré que lo que en las primeras líneas era “…lo que verdaderamente importa...”, se convertía en “Lo que verdaderamente me importa...”; el artículo, por tendencioso empezaba a retratar a tan insigne personaje, no me había equivocado de Luis. Y no era que simplemente convirtiera en importante lo que a él le diera la gana, ni que sentenciase a “todas y cada una de esas falsas pruebas”, sino que me tomara por tonto al querer hacerme creer que existe alguien capaz de “… construir la patraña con la que tender un manto de olvido y de silencio sobre la masacre del 11-M”.

Uno no sabe si echarse a temblar cuando a estas alturas del curso, en pleno siglo XXI y con plena libertad informativa, al menos aparente, se sugiere que el mayor atentado de la historia de España puede alguien hacerlo olvidar o silenciarlo. Es de necios. Siquiera insinuarlo es creer que es posible lo que resulta aún más aterrador, semejantes planteamientos (¡hacer olvidar y callar a un pueblo!) son siempre ocurrencias de personajes rancios , caducados, acaudillados y totalitarios.

Aznar, al menos, sólo quiso engañar.

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