lunes, 17 de septiembre de 2007

sobre los antidemócratas

Suele ocurrir, así tengo subjetivamente por constatado, que cuanto más antidemócrata es uno, más se autoproclama demócrata; no es de extrañar por ello que muchos políticos u opinadores –de ahí no pasan-, comiencen sus proclamas con palabras mágicas como: “nosotros, los demócratas…” (dime de qué presumes y te diré de qué careces).
Leyendo cada mañana cierta prensa que se auto-proclama liberal –siempre desde su propia definición del ser liberal aunque del contenido de sus proclamas se muestren en muchos casos a años luz de la mismísima Pepa-, estoy empezando a conocer, por sus palabras que no por sus hechos, a un tal Álvaro Vermoet quien no sólo es articulista sino, además o a pesar de, presidente nacional de la UDE (Unión Democrática de Estudiantes que se autoproclama en su página web “principal organización de estudiantes de España”, ¿?). Cabe citar, en este punto, que en dicha web los tres primeros enlaces apuntan a páginas del diario libertad digital, incluyendo el de una entrevista que, supuestamente, Federico de España y España realizó al ínclito Alvarito (que dicho así suena mejor). Este tipo de entrevistas, que debe proporcionarles a ambos la misma satisfacción que a dos personas del mismo sexo una masturbación mutua, no son sino muestras de las arenas movedizas en las que algunos se mueven.
Pero volvamos con Alvarito - evitaré lllamarte Tito para no darle nuevos argumentos pro-valcanización-, en su último exabrupto, así como en la propia web de estudiantes, se manifiesta claramente a favor de una enseñanza común de Historia, Literatura y Geografía en todos los centros educativos repartidos por la piel de toro. Quiero pensar que para asegurar un correcto adictronamiento, las asignaturas serán impartidas por ordenadores personales debidamente programados con la única verdad y la única realidad histórica, esa que sólo ellos conocen: el pensamiento único.
Va más allá en uno de sus últimos artículos y sin despeinarse (suponemos que dada su veteranía y experiencia tiene muchas lecciones que dar) arremete contra un idem llamado Sanz, presidente del Gobierno navarro a pesar de muchos, al que muestra el camino de cómo combatir al nacionalismo periférico (curioso adjetivo si el todo es España): “Se le responde con la idea de España, una Nación que no se basa ni en etnias, ni en razas, ni en territorios, ni en lenguas, ni en tribus, sino en la suma de las voluntades de todos los españoles, libres e iguales; un espacio de libertades sin ningún proyecto colectivista, sin la pretensión de construir nada por encima de las personas”.
Resulta cuando menos curioso simplemente suponer que en la idea de España, en su origen y gestación y se mire por donde se mire – o cuente la historia quien la cuente-, no tienen nada que ver la raza, ni los territorios (ni los conquistados, ni los reconquistados. ¿Acaso España está alojada en internet?), ni siquiera las lenguas (¿la española tampoco?). No, resulta que ahora la patria es la suma de voluntades de individuos libres “sin ningún proyecto colectivista” (debemos entonces suponer que España es un proyecto privado, al muy estilo liberal) y “sin la pretensión de construir nada por encima de las personas”. Me pregunto si la propia España está construida o no por encima de las personas aunque estás sean un par de pares de millones. Me pregunto si por personas se refiere a ciudadanos o a un ente más abstracto. Me pregunto si la Constitución está por encima de las personas. Me pregunto por encima de cuántas personas es legítimo construir un Estado. Me pregunto si la nación sabe de las voluntades de sus ciudadanos, si acaso se les ha preguntado, libres, si quieren formar parte de ella.
Los antidemócratas, a parte de querer imponer su idea de España como proyecto colectivista, no están dispuestos a escuchar, libres los unos y los otros, a sus ciudadanos, pueblo a pueblo y respetar lo que decidan. Propietarios y predicadores del pensamiento único (cuando todo el mundo piensa igual es que nadie piensa mucho) imponen desde sus púlpitos la idea de una única España, una única forma de entenderla, una única forma de verla, incluso de quererla, imposición que, dictan sentencia, la avalan los casi 10 millones de votantes del PP (de un total de 44 millones de ciudadanos, por cierto) y sin ningún respeto sino más bien con desprecio y burlas –ingenuidad para muchos, doctrina practicante para otros (lo de las burlas)-, arremeten contra los otros muchos españoles con propias y legítimas ideas y pensamientos libres de qué es y cómo debe ser España.
A los que no nos consideramos españoles, incluso a aquellos que pensamos que España es rica y hermosa, que sus gentes merecen mucho la pena y mucho respeto piensen como piensen y que entendemos que un español esté bien orgulloso de serlo y de arroparse con su bandera si así lo desea, nos vendían la idea de que grande era aquel estado que permite la existencia de partidos políticos independentistas; llegan a más algunos, los más osados, afirmando que ello es ejemplo de auténtica democracia porque esa gran permisividad (habrá que dar las gracias) es suficiente para que todos nos sintamos cómodos en España; a partir de ahí oídos sordos porque no quieren hablar más del asunto. Y a no quejarse.
Otros, al contrario, consideran que formamos parte de “la suma de voluntades de todos los españoles, libres e iguales”, por real definición. Y si a alguno de esos españoles, representante democrático de una parte de estos, se le ocurre siquiera dar la palabra al pueblo –o el voto, que es lo que se da- para que se pronuncie al respecto, se le envía directamente a la cárcel.
Colorario: a los unos hay que darles gracias por dejarnos existir; de los otros habrá de cuidarnos el mismo dios que cuidó de Franco y de su patria.

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