Valga por delante que soy poco amigo de los símbolos, sobre todo de aquellos que se hacen más importantes que las propias personas; quiero decir que, si la necesidad apremiase, no dudaría en usar como papel higiénico la propia constitución o una tela de cualesquiera colores abanderados, algo que sin duda para muchos es un sacrilegio. En este siglo XXI en el que los estados (nación o plurinacionales) están por encima del individuo, digan lo que digan, y en el que la ética y la moral se dictan cada día más desde los mundos mediáticos y no desde las universidades (por algo cada día somos más tontos) parece que una bandera lo es todo. Sobre todo si es la nacional, de cada uno, imagino.
Recientemente y cada cual que explique las causas que llevaron a esta situación como mejor convenga, en un pueblo de esos sitos en la Euskadi profunda, una mujer española ha sido elegida alcaldesa de un pueblo vasco de 600 habitantes. No está nada mal para 27 votos que obtuvo la electa. Pero: ¿cuál es el sentir abrumadoramente mayoritario de los ciudadanos del citado pueblo? Es evidente que muy españoles que digamos no se sienten y aunque se les pueda obligar a serlo (españoles, se entiende) lo que jamás se podrá hacer es obligarles a sentirlo.
Imaginemos que a los ultrasur del Real Madrid se les cuela un presidente de los Boixos Nois, todo ello de forma y manera completamente legal. Y a este catalán, que como no puede ser de otra manera ama hasta la última gota de su sangre fanática al club blaugrana a la par que daría su vida por él, se le ocurre exhibir una enseña del barça en uno de los fondos del Bernabeu entre, digamos, unos 600 hinchas del Madrid. Sabemos, y hasta entendemos, los insultos y la amenazas que recibiría y los que jamás recibirá de haberse abstenido, cuanto menos, de exhibir la banderita de marrás. Seguro que a muchos madridistas no les costaba llevar hasta la crucifixión –verbal, se entiende, al hincha catalán. O viceversa, si damos la vuelta al caso.
Según recoge el País en un artículo de Vera Gutiérrez y que como muchos otros no me creo, la alcaldesa, en referencia al Gobierno Vasco, ha manifestado que “para ellos soy una gente que crispa”, igual que el abanderado catalán en medio del Bernabeu, pienso yo.
Se llevan más de 25 años de constitución en los que en una mayoría abrumadora de los pueblos de Euskadi no se exhibe la bandera española o se limita su exhibición únicamente a momentos puntuales y protocolarios (Aste Nagusia). Los ayuntamientos que sí la exhiben corresponden a aquellos cuyos alcaldes son bien del PSOE (los más) o bien del PP (los casicero), que son cuantitativamente minoritarios (en el caso de Euskadi no más de 15 localidades). Esa es la realidad de los Ayuntamiento vascos, le pese al demócrata que le pese, siendo duro tener que expresarse así.
Pero como en política vale todo y más si cualquier tontada viene avalada por uno de esos medios opinativos, y como en el fútbol también, hete aquí que el boixo es el héroe y los 600 aficionados merengues unos malnacidos, tal y como reflejarán las hordas mediáticas catalanas que querrán convencernos de que la actitud de éste, encima, es de una ética incuestionable.
En Euskadi el verano ha transcurrido con cierta apariencia de tranquilidad . Aparente porque cuando una banda de asesinos anda suelta, independientemente de la excusa que utilicen para cometer sus viles crímenes, el sosiego sólo es eso, aparente.
Menos mal que llegó la alcaldesa y nos sacó del letargo ¡Cómo se echan de menos aquellos tiempos en que si una bandera no ondeaba en tal o cual ayuntamiento vasco, llegaba el Sr Aznar con su ejército y la izaba más alta y más grande! Él y los suyos sí que entienden de guerras.
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