Los ciudadanos en este mundo occidental capitalista aceptamos como un mal menor cierta restricción de libertades; más aún estos últimos tiempos de caza al terrorista. Así las compañías telefónicas, por ejemplo, estarán obligadas por ley a tener perfectamente identificadas a las personas que utilicen sus tarjetas pre-pago: la intimidad que vendían ha desaparecido. Con el objeto de ponérselo más difícil a según qué delincuentes, se acaba con el derecho que teníamos a una comunicación totalmente privada, se suponía. Y así vamos. Por seguir con el ejemplo, las compañías que nos sirven el milagro de internet (sí, milagro) han de guardar celosamente nuestros datos de conexión y tráfico, por si uno entre un millón es terrorista o por si nos denuncia las SGAE, empresa privada que gestiona legítimos derechos muy a su manera. Es actualidad que diversos gobiernos occidentales, así como en Bruselas y Estrasburgo, se muestran interesados en inventarse leyes que regulen los contenidos, y hasta el continente, de la red. Conviene pisar el suelo y recordar que cuando hablamos de gobiernos, no nos referimos a un ente abstracto sino a seres humanos, con nombre y apellidos. Son como usted y como yo sólo que sencillamente, manejan el cotarro. Nuestro cotarro.
La plaga de cámaras de seguridad nos convierte en actores de una película infinita pero de la que sólo disponen copia las autoridades, por si un día tienen que perseguirnos. Estas autoridades que son, como los gobiernos y a su servicio, personas como usted y como yo, curiosos, con sus virtudes y sus intrigantes defectos. Como usted y como yo.
Hay otros aspectos de la ley como la obligatoriedad del cinturón de seguridad que coartan la libertad de elección: un conductor es igual de peligroso amarrado que sin amarrar. O un motorista, mientras lleve gafas, con casco que sin él. Así para garantizar nuestra salud y un menor gasto sanitario para las arcas del estado, éstos intervienen.
Para ofrecer servicios, se cobra impuestos. Sabemos quienes pagan más y quienes pagan menos, igual que sabemos que el dinero llama al dinero en el mundo occidental. Normalmente.
No me cabe duda alguna de que toda política se ejerce en aras del bien común. Y reitero que no me cabe ninguna duda, por si alguien me cree.
Por otro lado vivimos el periodo de la historia con mayores alternativas, posibles. La sociedad está en disposición de influir directamente en los ámbitos de grandes tomas de decisión. Pero sólo lo intentan unos pocos: lucha contra la destrucción del planeta por grupos ecologistas, ONGs de ayuda a la cooperación y el desarrollo –de verdad, grupos anti-globalización y algunos más. Cientos de personan presionan con actos considerados ilegales, tal vez, pero es que cuando por lo legal se intenta, cuando nos dejan, los gobiernos ni caso: constitución europea.
En fin. Al hilo me pregunto: ¿no estamos todos de acuerdo que la Justicia Social es deseable, no queremos acabar con el hambre en el mundo, no pensamos que la guerra debería estar prohibida? ¿Es debatible? ¿Por qué los gobiernos no hacen nada al respecto? ¿Por qué se lo permitimos? Algo tendremos que perder.
Viendo National Geographic el otro día, sorprendían con un interesante documental sobre las personas con las mayores riquezas, económicas, del planeta. Efectivamente ninguno de ellos vivía nada mal. Me llamó poderosamente la atención uno forrado con el ladrillo, en Inglaterra. Entrevistado a pie de una inversión de sólo trece millones de euros (otras casi alcanzaban los doscientos millones, decía) aseguraba que esperaba sacar en cada negocio un 25% de beneficio. Echen cuentas.
Entonces me pregunté si no podían los gobiernos - o Estrasburgo, inventarse una ley que impidiera que un puñado de euros de millones de ciudadanos como usted y como yo, acabaran en una sola mano, para nada hambrienta. ¿No se obraría así por el bien común? ¿igual que pagamos impuestos, no se podían limitar los beneficios?
Vuelvo a pisar firme y me doy cuenta de lo utópico de mis palabras y de que el cambio, el gran cambio instado desde la propia sociedad, aquel que dé el protagonismo debido al pueblo más allá del mero acto del voto a una lista debidamente cerrada en tiempos de una bipolarización de casi lo mismo, el cambio que obligara a que se cumplieran los deseos de todos: ¡la paz en el mundo!, no llega, en este estado al menos, porque no lo permitimos.
¿Cómo? Votando.
Porque algo tenemos que esconder. Así que votamos en bipolar, no sea que algún otro político, de esos más cercanos al gran cambio hacia la justicia social, arrase. Podríamos optar por no votar ¿se lo imaginan?
Voy terminando que esta película también tiene un final: ¿se acuerdan del millonario inglés, el del veinticinco por ciento? Amasaba euros sí, pero lo que no conté es que los invertía en la lucha contra el hambre y construyendo colegios y hospitales allá donde las catástrofes naturales sesgaban miles de vidas de sus pobres semejantes.
¡Y yo pidiendo una ley que restringuiese sus beneficios!
3 comentarios:
Si no acabamos idiotizandonos todos, es posible que en un futuro lejano, poco a poco, muy despacio los ciudadanos de a pie, acaben consiguiendo esas mejoras en política social. Entiendo que nuestra cordura humana nos debería llevar ahí. ¿Utopìa?
Por otro lado, también hay mucha gente que pasa de todo y que mientras les dejen en paz permitirán cualquier cosa que ocurra en cualquier parte de su mundo, de su barrio o de su vecindario.
Ojalá hubiera millones de personas que pensaran como tú y se molestaran en ir a votar, con un papelito que dijera BLANCO.
Voto lo PAZ, en eso si que seguro que estamos todos deacuerdo.
Un besazo.
Bueno, dejando de lado algunos detalles, porque creo que el ejemplo del cinturón de seguridad está lejos de ser una intervención tan restrictitiva como las invasiones de la intimidad, estoy bastante de acuerdo. Lo último que dices es una utopía, pero no es la única manera de conseguir la otra utopía, algo más de igualdad y justicia. Hace poco dije por ahí que pensaba sinceramente que uno de los motores de cambio más importantes es la propia sociedad civil como medio para obligar a la clase política. Ahora bien, no es suficiente una ONG o un grupillo de blogueros, y va a ser (porque espero que sea) un camino largo. Pero tampoco nadie pensaba en un Ministerio de Medio Ambiente hace unos años y ahora es algo normal.
Me está comenzando a tentar la promoción del voto en blanco, aunque me parece que los del 80% se suben por las paredes con estas ideas, a pesar de que es una forma de participación, porque muchos, digan lo que digan, no buscan la participación como una cosa beneficiosa per se, sino pensando en una opción política. O al menos esa impresión me da.
Leo pocos blogs de política y opino en menos o en ninguno porque son demasiado poco críticos y estan muy polarizados, pero lo que he leído de este me está gustando y me parece razonablemente crítico. Supongo que intentaré buscar un rato para pasarme algo más, felicidades igualmente por hablar de política sin sacar unas siglas, al menos en este post.
Publicar un comentario